Evaluando en base a lo que vemos en pantalla podemos calificar una película como mala, correcta, buena, muy buena o imprescindible. Luego, más allá, tenemos aquellas películas que al margen de su más que contrastada calidad son referentes. Iconos. Guías maestras que han servido para elaborar un sinfín de ficciones en lo sucesivo. Ahí es donde entrarían títulos como «Ciudadano Kane», «Lo Que El Viento Se Llevó», «Casablanca» o «El Tesoro de Sierra Madre».
Al igual que sucede con otras obras de igual pedigrí «El Tesoro…» no se encuadra fácilmente dentro de los márgenes de un género concreto. Es cierto que puede rastrearse algún toque noir en los primeros compases de la película, con ese Bogart paseando su miseria por las calles de Tampico, entre cantinas de mala muerte y moteles infestados de alacranes y cucarachas. También hay algo de western con sabor mexicano, preludio de obras posteriores como «Grupo Salvaje» o «Los Profesionales» en la segunda mitad de la misma. Y por supuesto transmite la sensación de viaje trepidante, de hallazgo, que debe tener toda buena película de aventuras. Pero es más que eso.
«El Tesoro de Sierra Madre» es, ante todo, una mirada sobre la condición humana: La volatilidad de las relaciones, la camaradería, la codicia, la desesperación.
Cuentan que Humphrey Bogart estuvo especialmente intratable durante el rodaje. Se puede entender el porqué: El, que era una estrella consagrada (Ya tenía en su haber, por citar solo algunas, «Casablanca», «Tener y no tener» o «El sueño eterno») compartía protagonismo en igualdad de condiciones con Tim Holt (un currante de los westerns de serie B) y Walter Huston, a la sazón padre del director y un sólido actor de carácter, de los que lleva la vida escrita en la cara. Un peligrosísimo robaescenas que eclipsa por momentos a sus compañeros de reparto.
El personaje de Bogart (y ese es un aspecto particularmente original) juega en inferioridad de condiciones. Aquí no es el cínico impecable con guión de Chandler al que el público estaba acostumbrado. Su Dobbs es un tipo de pasado turbio (¿Un gángster que atravesó la frontera?) e instintivo como un animal. Huraño, receloso e inseguro. Volátil.
La película tiene pulso de autor. Cabe preguntarse si con otro director a los mandos habría sido una obra más genérica. Huston, campeón de los desheredados, compone estampas verdaderamente patéticas (La pelea de Dobbs y Curtin con el contratista que les ha estafado. Un dos contra uno en el que empiezan perdiendo) y otras prácticamente inéditas en el cine estadounidense de finales de los 40s: Toda la secuencia de Howard en el poblado al que acude en calidad de ‘medicine man’ remite por momentos a la etapa mexicana de Buñuel.
Un verdadero clásico, en definitiva. Y como ya se ha apuntado, una piedra de toque: Cada vez que en una película, serie o incluso animación (Me vienen a la cabeza un par de episodios de The Simpsons que deben su estructura a esta película) se aborda la desconfianza, la avaricia y el recelo dentro de un grupo hay que remitirse a «El Tesoro de Sierra Madre». Como se suele decir: Aquí lo vieron primero -y mejor-