1966, beat, Discos, Garage, Los Bravos, Música, Pop, Soul

Los Bravos – "Los Bravos"

  ¿Calculada maniobra comercial o combo de genuino talento? ¿Conjunto prefabricado o acendrados artesanos de la canción? El que estas cuestiones flotan en el ambiente al referirse a la obra de Los Bravos es un hecho tan cierto cómo el de que, una vez enfrentados a la música contenida en su album de debut, no podrían dársenos en menos las respuestas a tales interrogantes.

 Surgidos de las cenizas de un par de bandas de cierto relumbrón en aquellos tiempos heroicos de prehistoria del pop español -los instro-rockeros Sonor y Mike and The Runaways, definitivamente más escorados al beat-, a Los Bravos, como apuntábamos, siempre les tocó llevar  a cuestas el sambenito de conjunto de laboratorio, elaborado al dictado de los capitostes de la industria del momento. Unas caras bonitas, que ni tan siquiera sabían tocar sus instrumentos. Nuestros Monkees, en una palabra.

 Y la razón de semejante consideración la encontramos en el presente elepé, del que siempre se ha creído que lo único que aportó el grupo es la -atómica, mercurial- voz de Mike «Kennedy» Vogel, mientras que del resto de la instrumentación se encargaron músicos de sesión londinenses, verbigracia Jimmy Page. Sin embargo, lejos de tratarse del dato escandaloso que siempre se ha querido presentar, era una práctica más que común -discutible, si se quiere, pero muy extendida- entre las grabaciones de grupos adscritos a la british invasion, en las que, a la hora de grabar, se daba prioridad a los músicos de sesión en detrimento de los sufridos gruperos de turno. Si revisamos el currículum del mismo Page cómo músico de sesión, de hecho, encontraremos colaboraciones con nombres cómo The Kinks, The Creation, The Troggs o The Who, lo que deja constancia de que lo acaecido con Los Bravos no era, ni de lejos, la excepción.

 Polémicas aparte, nos encontramos ante un redondo de una categoría notabilísima. Un artefacto, si nos situamos en el lugar, tiempo y contexto en qué fue creado, dotado de una proyección internacional sorprendente para un conjunto radicado en Madrid.

 Cierto es que jugaban con la ventaja de contar con Mike Vogel entre sus filas, quién, pese a sus orígenes bávaros era capaz de aullar con la convicción de cualquier voceras de la flamante invasión británica sin morir en el intento. También ayudó, por supuesto, el qué el álbum fuese grabado en su totalidad en inglés. Pero esos condicionantes habrían servido de muy poco si hubiese faltado lo esencial, a saber: Las canciones.

 Valiéndose de coordenadas soul, pop y rock, Los Bravos debutaban en largo mostrando su cara más sofisticada, más cerca por momentos de Tom Jones que de las bandas beat del momento. Desde la explosión inicial de «Trapped» a la perfección pop de «Baby, Believe Me», pasando por esquirlas de factura deliciosa –«Make It Easy For Me», «Will You Always Love Me», «Give Me A Chance»-; momentos absolutamente sixties, caso del disparatado comienzo de «Stop That Girl»; concomitancias con el Elvis más soulero «I’m Cutting Out» cortes de inesperada obscuridad –«Two Kind Of Lovers»– e incluso alguna tímida demostración de su componente más rockista en «You Won’t Get Far». Eso si nos olvidamos, qué no lo hacemos, de su éxito por antonomasia, «Black Is Black», una verdadera exhibición de poderío, estilo y sobriedad qué dió, literalmente, la vuelta al mundo. Todo ello servido en temas que raramente llegaban a los tres minutos de duración, generosamente regados con secciones de viento, campanas y órganos en una producción de marcada raigambre soul, a la usanza Motown, que inhibía los instintos más eléctricos del grupo.

 No cabe duda de qué Los Bravos fueron, en la España de los 60’s, lo más parecido que tuvimos a unas estrellas de rock: Grabando en inglés (que luego alternarían con el español) y con abundantes conexiones en el swingin’ london, siempre tuvieron, al menos en esta primera etapa, una especial maña para flirtear con los sonidos del momento (beat, soul, hard rock, funk) y obtener resultados reseñables. No cabe duda, de hecho, de que su singladura fue un eslabón considerable entre los conjuntos patrios pioneros, de los que procedían, y las propuestas, más escoradas al hard rock, de los primeros 70’s. Un periplo accidentado, cuya piedra fundacional es ésta exquisita colección de canciones en clave pop.

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1966, Discos, Especial Rolling Stones, Música, Rolling Stones

The Rolling Stones – "Aftermath"

 No tengo muy claro si «Aftermath» podría definirse cómo la hipotética clausura de la primera etapa stoniana o cómo la piedra de toque que dió paso a otra completamente nueva. Los datos objetivos, incorruptibles, señalan que es su primer lote de canciones originales en su totalidad, asentando la hegemonía del tándem Jagger/Richards, duunvirato que desde ese momento raramente cederá competencias en el plano compositivo.

 Pero no es sólo la -por otro lado significativa- cuestión de la autoría de los temas la que define el paso adelante dado por el grupo. No. También habría que señalar la vocación abiertamente unitaria, de concepto, que exhibe el album, el protagonismo que adquieren los excéntricos arreglos de Brian Jones y, muy especialmente, la capacidad que muestra la banda de expresarse en un lenguaje nuevo; empleando códigos anclados en sus influencias pero, a su vez, en progresivo alejamiento de éstas, componiendo un fresco de pop, garage, rock and roll, blues, música hindú y atmósferas oníricas que, sencillamente, no sonaba a nada que se hubiese facturado con anterioridad.

 El elepé abre con un póker difícilmente superable: «Paint It Black», un corte dotado de un irresistible aura demoníaca (Sin permiso de «Sympathy For The Devil») seriamente acentuada por el uso del sitar y la poderosa batería; la prototípicamente chulesca «Stupid Girl» en contraposición a la delicada y evocadora atmósfera de «Lady Jane», prólogo de tantas cosas por hacerse; «Under My Thumb» es, quizás, la mejor canción del redondo y de seguro una de las cimas de la banda: Llevándonos a un paisaje cercano al expuesto en «Paint It Black», jalonado de enigmáticas marimbas, asistimos a una historia de tornas que se han vuelto, dónde el sometido pasa a someter. Pero no parece haber júbilo, sino más bien una soterrada melancolía en la voz de Mick y el minimalista solo de Keith, bordando un temprano ejemplo de contraposición entre música y letra. En «Doncha Bother Me» se vuelven a enfundar en su traje de finos valedores de la música negra, descolgándose con un pulido número de basamento bluesy. Cerrando la cara, «Think», de espléndidos matices jangle y con esa cualidad entre misteriosa y taciturna tan atrayente.

«Flight 505», de mimbres rockandrolleros y propulsada por el piano del stone en la sombra, Ian Stewart, da paso a «High And Dry», número en el que sacan a relucir las acústicas y coquetean con esas texturas raunchys que tantísimo peso acabarían por tener en obras cómo «Beggars Banquet». «It’s Not Easy» juega la carta del rock trotón y saturado, mientras que en «I Am Waiting» vuelven a demostrar su condición de maestros a la hora de facturar cortes capaces de transportar a otra dimensión a aquel que los oiga. Los ¡Once minutos! de «Goin’ Home» despiden «Aftermath» a ritmo de rythm and blues que deriva -o degenera, según las preferencias sónicas de cada cual- en caótica  jam de retazos psicodélicos. Es de justicia reconocer que la cara B no posee el nivel de su antecesora, pero teniendo en cuenta lo que en ésta se exponía hay que reconocer que era empresa harto complicada, por no decir imposible.

«Aftermath», cerrando el interrogante planteado en el primer párrafo, suponía culminación y comienzo a un tiempo, pistoletazo de salida a una era nueva y salvaje, en la que el mundo dejaría de ser en blanco y negro para siempre y a la que le pondrían banda sonora durante un buen puñado de años, empezando por esta colección de canciones dotadas del don de la atemporalidad, de esas que podrían haber sido grabadas casi medio siglo antes o hace un par de horas.

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1966, Discos, Música, Proto-Punk, Troggs

The Troggs – "Wild Thing"

Originalmente bautizados como The Trogglodytes, lo cierto es que esa primera denominación avisaba a la perfección de las constantes sónicas que mantendría el combo capitaneado por Reg Presley a lo largo de su periplo 60’s, a saber: Tosquedad, primitivismo y contundencia por bandera, abonando, en opinión de algunos connaiseurs, el terreno del que surgiría el primer Punk.

 No se trata de una teoría descabellada, ciertamente. ¿Acaso la manera de tocar de Chris Britton no supone la antesala, con menos revoluciones, del estilo que haría célebre a Johnny Ramone? ¿No son en cierto modo sus letras naives y despreocupadas una precuela de lo que tantas bandas vindicarían una década más tarde? La apuesta de The Troggs partía del Beat, tan en boga en la época, pero terminaba por adentrarse en otras sendas, más crudas,más ásperas y escasamente exploradas en aquellas fechas.

 Se habla mucho de la originalidad, de lo rompedor cómo -casi- único motor que propulsa la historia del R’n’R, pero ese axioma, de todos modos discutible, se puso un poco en entredicho en la década de los 60’s, época en la que se editó una miríada de discos, cuya calidad está fuera de toda duda, basados fundamentalmente en versiones, medleys, guiños y demás concesiones a composiciones ajenas. Echen un vistazo a sus discos de The Remains, Sonics, Mitch Ryder o The Shadows Of Knight, por ejemplo, y se harán una idea de lo que les digo. ¿Lo que los diferenciaba de ser meras cover bands? Ese algo más, esa diferencia en la actitud, en el discurso, que los presenta como algo diferente, aún en las formas.

 Algo de eso pasa con «Wild Thing». Sí, es un tema original de la banda, pero no cabe duda de su parecido, rayano al calco con la archiconocida «Louie, Louie» (Los acordes son exactamente los mismos, de hecho) Incluso se dice que la banda creó el tema de forma casi accidental, mientras intentaban dar forma en el local de ensayo al oldie de Richard Berry. Así pues, ¿Cuál es ese algo más que aporta el grupo de Andover?

 Bajo «Wild Thing» late un pulso de incuestionable crudeza, de alusión a lo primitivo, a lo salvaje. Desde la áspera voz de Reg Presley a la primaria labor guitarrera de Britton pasando por los parones y el tono ominoso que sobrevuela la canción, que insinúa más que dice… Y ese solo de ¡Ocarina! que termina por conferirle una idiosincrasia única a la actitud y el sonido del grupo. No dejemos de tener en cuenta que es el año 1966, que los Beatles andaban a vueltas con «Revolver» y mientras estos cuatro tipos facturaban Proto Punk de manual, con más concomitancias con lo que aportaría Detroit un par de años después que con la mayoría de sus compatriotas.

 La cara B, al igual que pasaba en tantos y tantos singles de la época, variaba según el área geográfica. Y si para Inglaterra la elegida fue la fuzzera «From Home», los yankees, que para éstas cosas siempre tuvieron más vista, escogieron una de sus grandes gemas pop, esa deliciosa y archipegadiza «With A Girl Like You» que con el tiempo sería cara A por méritos propios. En la France, finalmente, la elección recayó sobre la chulesca «Lost Girl», prototípico pildorazo de Garage Pop 60’s con desparrame lisérgico incluido a modo de cierre. Como podeis ver, siempre dentro de sus cánones, existía variedad de registro en el cancionero Troggs.

Diluidos entre el marasmo de nombres que la british invasion legó al mundo y recordados por unos pocos, la sombra de The Troggs se perfila alargada, aún a título conceptual, en la obra de los primeros Ramones, Stiv Bators, Alex Chilton o The Stooges, por citar a unos pocos. Con semejante prole no hay opción a dudar de que -desde luego- algo muy especial tenían que ofrecer estos cuatro tipos trajeados a rayas en sus trabajos de juventud.

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1966, Discos, Garage, Los Salvajes, Música, Rock

Los Salvajes – "Todo Negro"

Los Salvajes, también conocidos cómo los Rolling Stones de Las Ramblas, aunque ellos siempre se encargaron de recordar que lo suyo tenía más que ver con los Who. Su sóla existencia ya es motivo más que suficiente para dejar sin argumentos a todos aquellos voceros que claman, quién sabe con qué fines, que el Rock and Roll aterrizó en España a finales de los 70’s, con aquello que se dió en llamar El Rollo. Rollo que no se creerían ni ellos si acaso tuviesen algo de cultura y tirasen un poco del hilo, al menos lo suficiente para ubicarse en la Barcelona del ’62, año y ciudad en los que nació el grupo.

Surgidos, como otros tantos grupos sajones, al amparo del Merseybeat, el sonido de Los Salvajes fue evolucionando a tesituras cada vez más contundentes, rayanas al rythm and blues, los Stones más garageros y aquellos grupos de la invasión británica que casi preludiaban el punk, caso de The Troggs. A esos mismos voceros que mencionábamos más arriba sin duda les dejaría de piedra saber que en la grisácea España de mediados de los 60’s había un grupo de Rock que había compartido escenario con los Kinks, se vestía -al igual que Lennon, Jagger y demás «Dedicateds Followers of Fashion»– con ropa adquirida en Carnaby Street y que, noche tras noche, ofrecían explosivos y sudorosos shows que culminaban con los instrumentos tirados por el suelo, práctica en la que aseguran haberse adelantado al mismísimo Pete Townshend, ahí es nada.

«Todo Negro» condensa, en cierto modo, gran parte de las señas de identidad de la banda. En primer lugar se trata de un single, formato al que la banda se mantuvo absolutamente fiel a lo largo de su periplo clásico 60’s, excepción hecha a un LP recopilatorio que vió la luz en aquellos años; En segundo,podemos apreciar la que fue, para bien o para mal, otra de las constantes del grupo: Una proporción exageradamente mayor de temas ajenos frente a la producción propia. Cuenta Gaby Alegret que aquello era una imposición por parte de las discográficas, que recelaban de la contundecia de su cancionero en detrimento de su valor como intérpretes, que salían bien librados de versionar a artistas tan dispares como Sonny And Cher, The Four Tops, Sam The Sham… O a los tres que tributaban aquí, que (tercera seña de identidad) dicho sea de paso, eran casi que sus elecciones predilectas para estas lides: The Rolling Stones, Troggs y el Spencer Davies Group.

Los Stones eran unos viejos conocidos del grupo, ya que debieron de ser de los primeros en atisbar su potencial: Mientras todas las bandas de por aquí (Brincos, Mustangs…) solo parecían tener ojos para los Beatles ellos ya habían hecho «Satisfacción» y «La Neurastenia» (o lo que es lo mismo: «Satisfaction» y «19th Nervous Breakdown») a lo que hemos de añadir este «Todo Negro» y un futuro «Jumpin’ Jack Flash» al que transmutarían en su «Algo De Títere». En la relectura del «Paint It Black» que da título a este trabajo la banda ahonda en la faceta oscura del original, reescriben la letra con maestría e incluso le añaden unas gotas de contundencia -¡esa batería!- nada despreciables con respecto al original.

«With A Girl Like You», la deliciosa tonada pop de los casi siempre incisivos The Troggs pasa a ser «Chica Igual Que Tú», conservando su punto melódico pero ganando en matices guitarreros (Que Los Salvajes tenían dos y muy buenos) frente a la de los ingleses. No, no eran ajenos nuestros protagonistas al grupo de Reg Presley: No en vano su tema más conocido es ese glorioso «No Me Puedo Controlar», que no es otra cosa que «I Can’t Control Myself» en la lengua de Cervantes.

El tema propio que presentaban para la ocasión «Es La Edad» era un vibrante y rítmico corte garagero cuya letra, al igual que la mayoría de las firmadas por la banda al 100% oscilaba entre el hedonismo, la vindicación juvenil y cierta ingenuidad («Cabellos cortos o largos que mas da/La inteligencia se mide por algo más», ahí lo dejo) Para cerrar, acometían una versión del Spencer Davies Group a quienes ya habían tributado con anterioridad de manera sobresaliente («Corre, Corre»/»Keep On Running») y cuyo «Somebody Help Me» lo convertían en su «Que Alguien Me Ayude», con intro guitarrera de regusto fuzz y saliendo bien librados del trance.

 Sin duda, el que sea profano en estas lides garageras y sixties se estará preguntando cómo puede dedicarle nadie un artículo a un grupo que ofrecía, valiéndonos de probabilidades, una de cada cuatro canciones como propias. Sin embargo, conviene recordar que cada época tiene sus códigos y sería un error enjuiciar a Los Salvajes (y a The Sonics, los Stones del «12X5» y un larguísimo etcétera) como un mero grupo de versiones. Al fin y al cabo tenían lo que distingue a una banda con identidad propia cómo tal, a saber: Su sonido, su actitud, su idiosincracia y, claro está, su irregateable condición de pioneros patrios.

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1966, Choir, Discos, Garage, Música, Nuggets, Power Pop

The Choir – "It’s Cold Outside"

  
¿Acaso no es lícito, e incluso recomendable escribir acerca de un 7″? Pensarlo, en éste formato es forzosamente díficil -aunque de todo hay- encontrar relleno o mediocridad, ya que el grupo de turno pondrá en la Cara A el tema, el hit, el single para el que llevan preparándose, con cierta ventaja, toda una vida (Cómo alguien apuntó, para preparar el primer disco tienes de tiempo toda tu existencia previa a él; para el segundo, un par de años) y para la B, con toda intención, en caso de que no sean unos desalmados y tiren de hemeroteca, dejarán caer la pequeña joya, el artefacto de culto en potencia, el futuro pasto de connaiseurs. No, definitivamente, no es mala fórmula.
  Además, cómo sucede al hablar acerca de aquellas bandas que más tarde serían antologadas en los llamados «Nuggets», y The Choir fueron una de ellas, el 7″ es casi el único formato a barajar. Muchos, la inmensa mayoría, de estos grupos se conformaron con echar a rodar un par de rodajas de rítmico y vibrante Rock And Roll a 33 R.P.M y desvanecerse, dejando cómo casi única prueba de su existencia un puñado de fotos en sepia ajadas y un pequeño disco de vinilo que testimoniaba lo que pudo haber sido.
 The Choir no fueron una excepción a ésta regla y se consumieron rápido, al menos su esencia original (Volverían al poco con cambios de formación y estilo) Aunque tampoco podemos decir que se evaporasen sin dejar rastro: tres cuartas partes de la banda serían el núcleo de The Raspberries, combo capital en el devenir de lo que sería el Power Pop, género en cuya prehistoria podemos encuadrar la singladura de nuestros protagonistas.
 Y es que «It’s Cold Outside», la canción, es Power Pop en el año 1966. Hay melodramatismo y épica teenager en esa historia, tan arquetípica y tan arolladora en su desarmante simpleza, en el relato de un tipo que siente llegar el frío ante la imprevista marcha de su chica. El hit perfecto para que se colase entre los grupos de la invasión británica y las historias de corazones rotos del Brill Building.
 A «I’m Going Home» le toca seguir el sino de casi cualquier Cara B, salvo excepciones, a saber: La de curioso complemento. Tras la exhibición de poder previa cuesta un poco centrarse en éste corte de costuras ciertamente garageras y rhytm and blueseras, aunque prestándole la atención debida nos encontramos con una canción que nos retrotrae a los primerísimos Beatles, sobre todo por esa armónica, más skiffle que folk.
 Es en la cultura del single, que germinó en los USA de la segunda mitad de los 60’s hasta llegar a cotas cercanas a la saturación donde podemos encontrar las raíces de nombres como Ramones, Bruce Springsteen, Paul Collins o Redd Kross, cuyos backgrounds de juventud estaban bien nutridos de esas pequeñas rodajas cargadas de grandes himnos, que basculaban sin remilgos entre el bubblegum y las guitarras fuzz, entre las versiones de R’n’R de los 50’s y la estética fusilada a los grupos ingleses más punteros de la época. Tiempos, en definitiva, de un romanticismo en la industria del disco que jamás volverá.
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1966, Discos, Garage, Love, Música, Power Pop, Psicodelia

Love – "Love"

Pocas bandas existen, a juicio del que esto firma, más infravaloradas que Love. Pioneros en la máxima extensión que concede el término, el combo capitaneado por el díscolo multiinstrumentista Arthur Lee, adelantado a su tiempo en tantas cosas, se tuvo que conformar con engrosar la categoría de las bandas de culto, lauredas por el connaiseur mas brutalmente desconocidas por lo que sería su gran y potencial público.

Surgidos en el excitante panorama que tenía lugar en el L.A de los 60’s, cuándo clubs como el Troubadour y el Whisky A-Go Go comenzaban a escribir su fascinante leyenda y donde bandas como The Byrds o The Doors  iniciaron su senda hacia la inmortalidad. En estas, Love quemaba la escena de garitos de la ciudad, ganándose un pequeño pero aguerrido reducto de fieles, deseosos de acudir a las explosivas presentaciones de la banda, de ver a Lee con sus lentes caleidoscópicas desplegar el potencial de un cancionero temprano de innegable pujanza, que aunaba sin tapujos el Rythm And Blues primigeneo con matices Folk Rock a la usanza de los chicos de Gene Clark. Lo blanco y lo negro. Junto y revuelto.

Y es que si queremos resumir en un término lo que fue la temprana singladura de Lee en el negocio de la música, bien podríamos escoger el de maridaje. Cómo apuntó cierta periodista que reseñó uno de los shows primerizos de la banda, con Arthur Lee se cerraba el círculo: Era, decía, un negro que imitaba a un blanco, Jagger, que a su vez imitaba a los frontmans negros de antaño. Lo dicho, el círculo se había cerrado.

El primer LP de Love, si bien no goza de la vitola de mítico de un «Da Capo» o, no digamos ya de «Forever Changes», es una sobresaliente carta de presentación, en la que el grupo mixtura sin complejos sonoridades Garageras, Pop, Psicodélicas y Folk, mucho Folk. Además, no puedo concluir el párrafo sin dejar de mencionarlo, yo lo prefiero a sus otras dos obras citadas más arriba.

«My Little Red Book», el peliculero tema de Burt Bacharach abre fuego, pasando el original por un filtro de Garage Rock arrebatado y sin concesiones. «Can’t Explain», delicioso corte tan deudo de la melodía poppie como de un cierto matiz lisérgico pone sobre la mesa un par de constantes del redondo, a saber: Los minutajes breves y las melodías sencillamente perfectas, con las repiqueteantes guitarras de  Johnny Echols y Bryan MacLean sembrando deliciosos matices allá donde pasan. «A Message To The Pretty» , rebosante de desencanto y languidez, se antoja como otro de los highlights del disco; «My Flash On You» lleva un paso más allá, endureciéndolas, las enseñanzas de los Byrds, mientras que «Softly To Me», siguiendo con los paralelismos con la banda de McGuinn, anticipa en cierto modo parte de lo que estos ofrecerían en su «Fifth Dimension».

«No Matter What You Do» es, porque no decirlo, mi favorita del álbum: Qué dramatismo, qué caída melódica, que fuerza y que garra transmite aquí Lee, que más que cantar, aúlla, muerde. Y qué intro guitarrera, colosal, que los más enteradillos de ahora tildarían de jangle pop. «Emotions» es un corte instrumental con cierto regusto surf, que da paso a la poderosa «You’ll Be Following», que a su vez precede a la 100% Byrds «Gazing», con alucinógeno solo a cargo de Echols.

«Hey Joe», corte hiperversionado en aquellos años, mantiene el nivel, marcándose una nervuda y espídica relectura del mismo. Energía que sin duda contrasta con la melancolía densa que empapa «Signed D.C», que no en vano sería versionada por Dead Moon unas cuántas décadas después. «Colored Balls Falling» aúna el poso psych de la banda con su querencia por la inmediatez y los temas breves, mientras que en «Mushrooms Clouds» desemopolvan las acústicas y se marcan un exquisito tema de corte folkie con querencia por los juegos de voces. «And More», que pese a lo que rezaba el título era la última canción del disco, ponía punto y final a éste a base de melodías preciosistas, coros prístinos y guitarras repiqueteantes. Lo de siempre, vaya, remachará algún profano, a lo que yo digo que sí, que puede, pero que en éste disco la fórmula no conoce el menor síntoma de desgaste.

Pese a ubicar su propuesta entre las, a priori diversas, coordenadas entre The Byrds, 13th Floor Elevators, Yardbirds o el Dylan recién electrificado, es decir, entre la melodía de base Folk, el toque psych, el músculo y el lírico fraseo de corte tan poético como desgarrado, Love fue el grupo genial, capaz de concatenar tres obras maestras, que nunca llegó a explotar, al menos tal y como debería. En fin, olvidemos, aunque sea por hoy, la injusticia inherente al tinglado de la música y hagamos sonar el disco con el que Love comenzaron a firmar su halo de mitos.

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